Apenas dos horas después del anochecer, los dos grupos se congregaron en la ancha calle. Los manifestantes se aproximaban inquietos y nerviosos, pero seguros en su cometido de seguir avanzando. Las fuerzas de los antidisturbios permanecían impasibles ante la avalancha de gente que se movía cual enjambre buscando un nuevo sustento. Los escudos de las fuerzas de seguridad estaban en posición y las filas se coordinaron con eficiencia. Enfundados en trajes y cascos de protección, sus miradas no se apartaron en ningún momento de la muchedumbre manifestante. Cuando el gentío detuvo su avance a una distancia de seguridad, el único movimiento que podía verse era el vaho que emanaba de las bocas de las mujeres y los hombres.
Nadie se percató de las dos figuras apostadas en mitad de la calle, justo entre los dos grupos. El asfalto de la carretera reflejaba la tenue luz de las farolas que aún no habían sido destruidas. Una de las figuras era un hombre, quien anduvo hacia la segunda figura: una mujer que lo esperaba pacientemente. Ésta lo correspondió con un tímido, lento y largo beso que parecía no tener fin, mientras sus labios provocaban que su individualidad desapareciese completamente para formar un ser compenetrado y ajeno a influencias exteriores.
Finalmente, la adrenalina acumulada de los manifestantes y antidisturbios se desató en una batalla campal. Ambos grupos chocaron entre sí. Las fuerzas de seguridad combatieron a los rebeldes intentando dispersarlos. El mobiliario urbano se incendiaba, los cristales se rompían, los coches se volcaban y la batalla dejaba los primeros heridos de la noche mientras el humo de los incendios taponaba las fosas nasales. A muy poca distancia de la batalla, la pareja seguía manteniendo su rito. Ni una sola persona parecía apreciar lo que estaba ocurriendo delante de sus narices. Como por arte de magia, los integrantes de ambos bandos los rodeaban constantemente al cargar unos contra otros. ¿Estaban ciegos? No. ¿Se trataba de ignorancia voluntaria? Tampoco. En un mundo lleno de odio e injusticia, la viva imagen del amor y la serenidad no tenía cabida en momentos como aquellos. La pareja no fue perturbada de su mundo personal porque las personas que allí se encontraban no estaban preparadas para destruir algo que anhelaban. A pesar de ello, eran tan sensibles como el mundo les permitía ser, tan delicados como el momento les permitía. Esclavos en parte de los instintos básicos y en parte de la propia mortalidad de sus fugaces y encadenados pensamientos, los combatientes no pudieron ver su propio futuro. Un futuro mejor que debía ser pero que no era, representado en aquella pareja. Y como los humanos muchas veces son incapaces de ver lo que hay enfrente, la muchedumbre hizo caso omiso e inconsciente del ejemplar futuro de serenidad que todos querían alcanzar.
La pareja, adelantada a su época y protegida por los crueles golpes del tiempo, abandonó la calle y nunca volvió. Lo único que quedó de aquel día fueron las ruinas humeantes que el fuego dejó tras de sí.
No es nada fácil escribir así, como muestras en este relato, y sin embargo haces que parezca sencillo; contar una historia capaz de transmitir un sentimiento, una emoción, convertir un suceso en algo interesante y merecedor de seguir leyendo.
Seguiré por aquí para leer tus próximos relatos.
Saludos 🙂
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¡Muchas gracias! Espero que los siguientes relatos te gusten.
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