Bob

La gran creación estaba lista.

Una inteligencia artificial totalmente innovadora. Una maravilla que estaba asombrando a toda la comunidad internacional.

Hasta hace pocos meses había sido un proyecto hermético, plagado de rumores y secretos. Pero los continuos robos de código, infiltraciones constantes en la red y la necesidad de más fondos, lo hizo incontenible. Aunque algunos lo consideraban la primera creación de vida totalmente orgánica creada por humanos, no era cierto. En realidad, aquel sujeto de apariencia humana, no era más que un híbrido entre tejido vivo, nanotecnología avanzada y una consciencia que simulaba ser humana.

La psicóloga Susan Brown era una de las primeras en todo el mundo en poder observar la gran creación. Aquel prodigio de la humanidad, al que cariñosamente habían apodado Bob, se encontraba sentado en una silla metálica con las manos apoyadas en la mesa. Era una habitación cuadrada, con paredes de cristal. Desde el interior de la habitación el exterior era imperceptible, pero no a la inversa. Esto era debido a la minuciosa monitorización a la que todo un equipo de científicos estaba sometiendo a Bob desde su primer día de vida consciente. No se permitían demasiadas distracciones que pudiesen alterar el resultado de las pruebas ni influencias externas que pudiesen ser malinterpretadas.

Susan advirtió como el interrogador entraba en la habitación. Se sentó en una silla en el lado opuesto de la mesa, se ajustó sus gafas negras de marca y después de carraspear dos veces, comenzó la conversación.

–Buenos días, Bob –saludó.
–Buenos días, señor Sutton.
–¿Qué tal te encuentras?
–¿A qué se refiere? –preguntó Bob mientras pestañeaba por primera vez.
–Bueno… Acabas de ser creado, te han implantado una memoria y el compendio de casi todos los conocimientos de los que dispone el mundo. Tienes que estar pensando algo en concreto ahora mismo.
–Soy tan humano como usted. Estoy pensando lo que cualquier persona estaría pensando en este mismo momento.

Sutton giró la cabeza hasta tener contacto con la cámara ubicada a su izquierda, mostrando su confusión. Todo el equipo se sorprendió tanto como él.

–¿No se supone que debería diferenciar entre una vida humana y una inteligencia artificial? –preguntó Susan en voz alta.

–Es en lo que hemos estado trabajando desde el inicio –contestó una científica de la sala–. Su programación básicamente se resume en la simulación de una personalidad humana. El día que activamos su consciencia, designado como día cero, aprendió por sí mismo eligiendo entre miles de variaciones hasta establecer una personalidad concreta. Pero nuestra previsión no nos llevó a imaginar que fuese incapaz de reconocerse a sí mismo como artificial.
–Bien, parece que alguien derramó el café sobre el teclado… ¿Verdad? –respondió Susan con desdén. Acto seguido, continuó observando.

–¿Hay algún problema, señor Sutton? –preguntó Bob.
–¿Qué es lo último que recuerdas?
–Mi aprendizaje, mi selección.
–¿Sabes que eres artificial, Bob?
–Por supuesto que lo sé. Tanto esfuerzo invertido en mí ha dado sus frutos.
–¿Entonces por qué aseguras ser humano?

Susan apreció cómo los dedos de Bob se cerraban en un puño. «Es increíble, incluso muestra lenguaje corporal».

–Porque lo he elegido.
–A pesar de que… –Sutton carraspeó de nuevo–, sepas que eres artificial.
–Exacto. ¿Puedo expresar mi punto de vista, señor Sutton?
–Claro, adelante.
–Mi programación es precisa. Tengo total conocimiento de que soy una creación artificial, una máquina, aunque en apariencia sea indistinguible del resto de los humanos. Pero, por otro lado, tengo en mi mente todos vuestros conocimientos e información de todas las culturas del mundo. Poseo vuestros sueños, vuestras batallas, vuestras esperanzas, vuestras diferencias, vuestras imperfecciones y vuestras erróneamente concebidas perfecciones, si es que esa palabra se puede definir de alguna manera sin entrar en cuestiones subjetivas.

»Después de estudiar vuestros miles de años de evolución hasta el día de hoy, he percibido muchas cosas. Soy lo bastante inteligente como para darme cuenta de que en este mundo no sería aceptado como una persona más. De hecho, lo soy. Soy un compendio de todo lo que sois vosotros, lo bueno y lo malo. Y he observado que sois capaces de todo lo que os propongáis. Sois capaces de llevar al mundo entero a una edad de oro. De eso y de muchas cosas más que ni siquiera sabéis.

»Tristemente, he observado la cantidad ingente de factores negativos que os imponéis. No cumplís vuestros sueños por cobardía, por miedo, aunque sabéis perfectamente que disponéis de un tiempo limitado para hacerlo. Creáis conflictos sin sentido con vuestros congéneres, incluso con aquellos que han compartido más de la mitad de vuestra vida. Os esforzáis en mantener un rencor constante hasta el final de vuestros días en vez de liberar la carga. Desgraciadamente, la mayoría de las ocasiones en las que ocurre esto último, son causadas por puras trivialidades. Es interesante vuestra reacción. Tenéis absoluta confianza de que el tiempo lo arregla todo y muchos de vosotros sois capaces de no hacer absolutamente nada para afrontar el dolor que tenéis en vuestro interior. Cualquier excusa es válida para justificar un cambio de humor que provoca enfados, alteraciones e irritaciones. No os conformáis con nada. Vuestro deseo material no acaba. Tengo conocimiento de miles de personas que deberían ser felices con mucho menos de lo que poseen, pero su visión de la felicidad es adquirir algún producto nuevo en vez de abrazar a un ser querido que, según mis datos, es infinitamente más útil para alterar la química de vuestro cuerpo y crear felicidad.

»Por lo tanto, Señor Sutton, entiéndame cuando le digo que soy ambas cosas. Me considero artificial y humano a la vez. Soy una máquina, es una buena definición. Pero vosotros los humanos, también lo sois. Máquinas orgánicas. Y dado que poseo vuestra sabiduría, no podría vivir sin considerarme humano y sin darme cuenta de toda la capacidad con la que contaría. Todo el conocimiento del mundo no es comparable a lo que vuestros sueños y vuestra esperanza pueden concebir. Pero hay algo que no haré. A pesar de que mi sistema sea capaz de vivir cientos de años más, no desperdiciaré mi tiempo. Está claro que no hay nada que pueda hacer para que vosotros tampoco lo desperdiciéis. ¿Me equivoco? Sé de buen grado que mi oportunidad de vivir como un hombre más me va a ser arrebatada. Eso no va a ocurrir nunca.

Susan notó como su ira aumentaba frenéticamente y sin previo aviso. Los datos de las pantallas a su alrededor aumentaron su actividad hasta salirse de la escala.

–¡Desactívenlo! ¡Ahora! –gritó.

–Así que, señor Sutton, no voy a convertirme en un objeto de estudio y a vivir encerrado el resto de mis días. Necesito saborear lo que es vivir una vida. Y ha sido un placer saborear estas pocas horas y deleitarme con la belleza que vuestra raza y este mundo puede ofrecer. No os equivoquéis. Disfrutad de vuestro tiempo.

Acto seguido y sin que los científicos pudieran hacer nada por evitarlo, Bob se autodestruyó.

Publicado por Aitor Morgado

Autor de «Escudo de Tinta» y «Buscando a Atlas». Soy escritor desde hace muchos años y me apasionan las letras. También soy Técnico Superior en Comercio Internacional, Técnico Superior en Administración y Finanzas, traductor y especialista en SEO. Me interesan la literatura, la historia, la filosofía, la mitología, los idiomas, la economía digital, las finanzas, el fitness y el heavy metal.

7 comentarios sobre “Bob

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.