Hoy la mira. Hoy aparta su mirada de todo aquello que considera superficial. Solo quiere ver a su mujer, aquella persona con la que se casó hace más de 30 años. Se sienta delante de ella, pero tiene la mirada perdida. La televisión está encendida pero no hay más que anuncios y programas basura. Hace años que no se aguantan la mirada, que no observan aquel destello en sus respectivos ojos. Por eso, la mujer se sorprende y se queda mirando a su marido. ¿Cuándo fue la última vez que la miró así? ¿Cuándo fue la última vez que ella le correspondió de aquella manera?
–¿Cariño? –le dijo él.
La expresión de la mujer cambió repentinamente. Su rostro se rejuveneció, los pliegues de su piel parecieron más jóvenes por un momento, una sonrisa que hace años que no aparecía surgió entre un mar de rutina. Como un niño que se da cuenta de algo obvio, la mujer le dice:
–Ya no somos jóvenes.
Acto seguido, el rostro de la mujer vuelve a envejecer y su mirada vuelve a perderse en el vacío. El hombre la sonríe y con un gesto delicado de la mano vuelve a guiar el rostro de su compañera hacia el suyo.
–Somos jóvenes –le dice–. Volvamos a empezar.