Diario de Kiyomi. Año 2595, día 451 a bordo
Adoro saltar al vacío del espacio. No hay razón para tener miedo. El cable de seguridad me mantiene atada al casco de la nave y el traje tiene combustible suficiente para cualquier imprevisto. Hacía tiempo que no realizaba ninguna salida en gravedad cero y realmente lo echaba de menos. Es una pena que haya sido designada como ingeniera de motores. Mi trabajo no hace más que dejarme plantada delante de las pantallas realizando minúsculas reparaciones. Ahora que Natsue ha cogido un descanso en la Tierra, las salidas al exterior son todas mías. Es una mujer muy agradable y competente pero cuando hice la formación esperaba que me diesen este puesto de mantenimiento exterior, así que aprovecharé todo lo que pueda.
Es algo incomparable, no hay nada parecido a tener contacto con este vacío. Al salir de la compuerta, lo único que tengo que hacer es dejarme llevar, como si me lanzase a un mar sin fin. El cable tiene un sistema de movimiento ergonómico a través de mi traje que me permite hacer todo tipo de movimientos y piruetas sin quedarme hecha un lío. Hasta que se tensa a una distancia óptima, aprovecho a hacer volteretas y estiramientos que serían imposibles en suelo firme. Tengo que tener cuidado de que mis movimientos no sean demasiado bruscos o tendré problemas para frenarme. No sería la primera tripulante que hace al cable tener un error de algún tipo. Recuerdo una historia de un ingeniero que perdió una pierna porque se atascó justo cuando intentaba avanzar hacia una de las antenas. El cable dio un tirón tan fuerte que inutilizó su pierna hasta el punto de tener que repararla con nanotecnología. Al menos, tuvo suerte y no tuvo que pagar a los de genética para que le hiciesen una nueva. Esta nave no es un mal empleo pero de los seguros ni hablemos. En definitiva, te rompes algo y la empresa no te paga ni un crédito. Ni un plus de peligrosidad porque total, solo viajamos por el hiperespacio desde la Vía Láctea hasta Pegaso. Sí, lo que se puede decir un trabajo de oficina.
Cuando estoy ahí fuera me doy cuenta realmente de lo minúsculos que somos. La reparación que he tenido que realizar hoy en una de las antenas me ha dejado perpleja. Una cosa es ver el espacio a través de las proyecciones y las pantallas. Pero otra cosa es sentirlo, estar dentro, formar parte de él como si fueras un astro más que realiza su relativamente lenta danza de movimientos programados. No creo que muchas personas hayan tenido una vista como la que he tenido hoy. Los mantenimientos no se suelen hacer en esta zona del universo. Ahora mismo estamos en medio de la nada, en el gran vacío existente entre dos galaxias. Si algo saliera mal y la nave no pudiese arrancar de nuevo, los escuadrones de rescate lo tendrían peliagudo y los botes salvavidas no tienen suficiente potencia para cubrir la distancia que nos haría llegar al sistema habitable más cercano. Pero el capitán ha insistido. No sé qué de las comunicaciones intergalácticas y más lenguaje técnico que no me interesa comprender.
No ha sido mi primera salida al exterior ni mucho menos, pero sí que ha sido la primera vez que he sentido este vértigo. No lo sé, me pregunto si los astronautas y cosmonautas de hace siglos sentían lo mismo. Es difícil de explicar. En mi caso, ha sido la visión de la Vía Láctea en su conjunto la que ha hecho estremecerme, una sensación que me ha recorrido todo el cuerpo una vez el cable se ha tensado del todo y me ha dejado casi inmóvil. Tantos millones de estrellas, planetas, asteroides, agujeros negros, supernovas… Tanta distancia entre una y otra. Tantos millones de años de historia y evolución. Todo bajo mis ojos humanos que solo pueden ver una parte de la belleza que todas esas luces en conjunto esconden. Me gustaría creer que no somos la humanidad que éramos al inicio de la carrera espacial y que hemos aspirado a tener una visión más en conjunto en nuestra parte del universo. Me gustaría creer que ya comprendemos lo nimio que puede resultar una guerra por varios kilómetros cuadrados en un punto insignificante perteneciente a esta galaxia. Me gustaría creer que muchos de los problemas que tengo no son más que una mota de polvo enterrada en una gigantesca playa. Me gustaría creer, en definitiva, que hemos aprendido a sentirnos parte de esta infinitud de galaxias y astros.
Aun a pesar de ser joven, tengo mis dudas. Todavía nos falta mucho camino por recorrer como especie. Y hasta entonces solo seremos eso, una raza más que busca su camino desde un insignificante y desapercibido punto en un océano de galaxias.
«Me gustaría creer que muchos de los problemas que tengo no son más que una mota de polvo enterrada en una gigantesca playa.» Excelente.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Gracias por el comentario, Facu!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me ha gustado mucho imaginar ese mundo que nos rodea a tantos kilómetros de distancia y estar en él por un momento. De repente mis problemas se han hecho pequeñitos 🙂
Me gustaLe gusta a 1 persona
Somos pequeños pero también somos grandes. 😉
Me gustaLe gusta a 1 persona