El viajero encontró un lugar donde pasar la noche. Las ruinas de un antiguo edificio servirían de cobijo hasta que amaneciese. Apenas quedaban columnas en pie dentro de ellas pero las paredes derruidas ayudarían a mantener el calor y encender una hoguera. Sacó un par de trozos de carne fresca comprada en un cruce del camino y las clavó en una fina estaca. La carne roja empezó a hacerse lentamente. La bebida que acompañaría al manjar sería un vino rosado del este, el cual esperaba que le durase al menos hasta llegar a la siguiente ciudad y reabastecerse. Apoyó el saco de dormir en un saliente de piedra y se relajó mientras la carne se hacía. Estaba realmente hambriento.
Cuando la cena estuvo casi hecha, unas pisadas resonaron por las ramas de los árboles cercanos a las ruinas. Alguien se acercaba. El viajero se puso de pie y se acercó a una de las ventanas sin cristal para ver de dónde provenía aquel ruido.
–¡Alto! ¿Quién eres?
La sombra del caminante se detuvo al instante. La oscuridad de la noche no mostraba su rostro.
–¿Y tú? –le respondió–. ¿Quién eres tú, amigo mío?
–Solo un viajero. Me dirijo a Aurora.
–Yo también.
El viajero rompió el siguiente silencio invitando al caminante a compartir su cena y su vino. Una vez hubieron terminado, el anfitrión del improvisado refugio habló.
–¿Cómo te llamas?
El huésped, sentado frente a su anfitrión, tenía la cara cubierta por la sombra de la noche y sus facciones viejas y delgadas se dejaban entrever tímidamente entre el crepitar del fuego.
–Soy un caminante.
–Ese no es tu nombre.
–Agradezco tu hospitalidad, viajero. Pero dudo mucho que revelar mi nombre sea lo más necesario ahora. Dentro de poco, seguiré mi camino y te olvidarás de él.
Otro silencio ensombreció las ruinas. El único ruido provenía de los grillos y del fuego de la hoguera. El anfitrión intentó romper de nuevo el silencio, animando a su huésped a hablar.
–Así que, ¿viajas a Aurora?
–Sí.
–¿Y por qué ibas en dirección contraria?
–¿Por qué vas tú por el camino más corto?
El anfitrión se quedó pensando. Sin duda, era un anciano enigmático.
–Es de lo único que se habla en mi ciudad natal últimamente. Todo el mundo quiere emigrar en busca de oportunidades nuevas y prosperidad.
–Dime, ¿han estado ellos en Aurora?
–No.
–¿Cuál es el nombre de tu ciudad?
–Artem.
–Muy bien. ¿Tenías cobijo allí?
–Sí.
–¿Alimento? ¿Un oficio? ¿Amistades? ¿Familia?
–No estaba casado, pero sí.
–¿Y por qué viajas hacia Aurora, mi amable amigo? ¿Has usado tu propio juicio para guiarte en esta aventura o ha sido el juicio de los demás?
El anfitrión se quedó pensando, asaltado por una nueva duda que hasta entonces no había considerado digna de ocupar su mente.
–Supongo que está en la naturaleza de algunos seres humanos querer mejorar y prosperar en la vida.
–¡Ah! –dijo con una gran sonrisa el huésped–. Pero ahí es donde reside la confusión. ¿Qué creías encontrar precisamente en Aurora? ¿Una casa más grande? ¿Un taller más moderno? ¿Más monedas? ¿Más mujeres?
–Quizás una vida mejor.
–Una vida mejor, sí…
El huésped calló durante unos instantes mientras el fuego seguía con su danza.
–Mi querido anfitrión, ¿por qué no todo Artem ha salido en busca de esa vida mejor que prometen en Aurora? ¿Por qué estás solo?
–Desgraciadamente, no todo el mundo conoce los caminos ni todos son capaces de viajar durante tantas semanas. Sin contar que el abastecimiento sale muy caro por estos lares.
–¿Cuánto te queda en esa bolsa?
–No sé si lo suficiente para llegar a Aurora.
–Pero has compartido tu cena conmigo. ¿Por qué?
–No voy a mentirte, anciano. Pensaba que podrías ser uno de esos nobles ricos que salen en busca de aventuras, aburridos de su monótona vida en palacio. Tendría el resto del camino solucionado.
El anciano huésped rió con amabilidad.
–Agradezco tu sinceridad. ¿Te das cuenta? Solo sabes vivir a través de expectativas, sin fijarte en lo que te rodea.
–Solo quiero ser alguien.
–Todos somos alguien.
–Yo no.
–¿Por qué no?
–Soy un simple trabajador, no soy una celebridad en mi ciudad. Nunca me he casado ni tenido hijos. No creo que vaya a dejar un gran legado en este mundo.
–Ese deseo que procesas es una trampa. Esa ansia por ser alguien te va a consumir por dentro. Ya eres alguien, aunque no te des cuenta de ello. Es cierto, no tienes joyas, ni tierras propias, y es posible que pudieses tener un trabajo mucho mejor que el que tienes ahora. Sin embargo, acabas de gastar prácticamente todas tus monedas y abandonado a todos los que allí conocías para convertirte en alguien que seguramente no aprecies mucho.
–¿En quién?
–En un noble. Es por eso por lo que me has invitado a cenar junto a tu refugio, ¿verdad? Sientes respeto hacia ellos. Dime, ¿había nobles en Artem?
–Sí.
–¿Lavaban tu ropa?
–No.
–¿Cocinaban tu cena?
–No.
–¿Te apoyaban en tus malos momentos?
–No.
–Sin embargo, estoy seguro de que toda la gente humilde que te rodeaba, toda esa gente que no es nadie, era capaz de hacer que tu mundo cambiase de una lágrima a una sonrisa, ¿verdad?
–Sí, es cierto…
–Y los has dejado atrás por convertirte en aquellos que no dan nada por ti. Entonces, ¿por qué quieres convertirte en alguien que no eres? ¿Por qué deseas con tanta fuerza transformarte en alguien que vaya a ser reconocido de tal manera? En el caso de que consiguieses triunfar en la vida, como tú lo llamas, y tener tierras, una rica mansión, un trabajo que te permita disfrutar de todos los placeres vacíos de la vida, reconocimiento… ¿Qué queda?
–Tendría una vida plena y tranquila.
–¿Una vida plena y tranquila?
El anciano volvió a reír con simpatía.
–No, mi querido anfitrión, no. En muchas ocasiones, la avaricia humana no tiene fin. No vivirías una vida plena. Vivirías una vida ofuscado en conseguir más de lo que tienes, por mucho que ya tuvieras. Más poder, más monedas, más tierras, más mujeres. Eso no acabaría. Muchos establecemos un objetivo claro y sencillo en nuestra vida. Sin embargo, cuando llegamos a él nos sentimos más vacíos de lo que nos hemos sentido nunca.
–Aún no me has dicho por qué vas a Aurora por un camino diferente, si realmente piensas como tu lengua habla.
–Por el mismo motivo por el que ahora te hablo.
–¿Cuál es?
–Para mí, el viaje en sí es más bello que alcanzar el destino.