–Señor Friedman. ¿Puede enseñarme el resto? Le aseguro que incluiré todo lo que vea aquí en mi siguiente columna del periódico.
–Claro, pase.
La amplitud del estudio describía una variedad de zonas divididas por pequeños tabiques separadores, iluminadas por amplios ventanales con vistas a los suburbios. En cada zona del estudio se exponía privadamente una obra del artista anfitrión. El periodista se detenía en cada una de ellas mientras tomaba apuntes en su libreta.
–¿Desde cuándo construye obras como las que estoy viendo? –preguntó el periodista.
–Desde los 16 años, aproximadamente.
–¿Cómo ha llegado hasta este tipo de arte?
–Bueno. Cuando estaba en el instituto me apunté a unas clases extraordinarias relacionadas con la pintura. Un par de años más tarde, a los 18, me interesé por la escultura. Me apasionaban las esculturas de la Antigua Grecia más que ninguna otra. ¿Ha observado alguna vez la nitidez de las túnicas de aquellas estatuas? Son una pura obra de arte. Casi parece que se puede doblar sus mantos apretando los dedos contra la piedra.
»Años después, cuando terminé la carrera, me apunté a un pequeño grupo que trabajaba con escultura moderna. Me enseñaron varias cosas que no aparecían en los libros de la universidad: movimientos modernos y abstractos que estaban empezando a surgir tímidamente.
»En una exposición grupal tuve la oportunidad de presentar mi segunda obra después de varios intentos. Resultó ser todo un éxito. Después de eso, tuvimos la ocasión de que nos contratasen individualmente. Me alejé cada vez más del grupo hasta que por fin formé mi propio estudio. No me puedo quejar. Tengo una vida austera, pero vivo de lo que me gusta y soy feliz con lo que tengo.
–Hace poco, mi periódico publicó un artículo en contra de los nuevos movimientos de arte. El redactor dijo algo parecido a «arte de segunda clase». ¿Qué opina de todo esto?
–No es la primera vez que lo oigo. Respeto su opinión, pero tengo claro lo que hago y por qué. Es un método de sacar lo que llevo dentro, expresión de sentimientos, conciliación conmigo mismo, búsqueda interior.
–Sin embargo, pocos quieren entender su arte.
–Creo que en este caso, solo el artista es capaz de comprender enteramente su propia obra. Si se da cuenta, es como una canción que nos maravilla. Todos entendemos la letra, todos admiramos la música y muchos hemos visto el videoclip. Sin embargo, el mensaje de la canción no es siempre el que creemos que es. Existen muchos factores que condicionan su significado real. Al igual que una canción nos marca por el momento o la persona con la que la escuchamos, el artista se sumerge en su propio ser para escribir un significado propio e íntimo que no todo el mundo llega a comprender.
–¿Diría usted que eso es lo que ocurre con sus obras, señor Friedman? –dijo el periodista volviendo a alzar la cabeza de su libreta.
–Totalmente. Cuando expreso mi arte no busco el entendimiento total. El entendimiento total en el arte es una ilusión. Nos engañamos creyendo creer el significado total de una obra al igual que la canción, y no es así. Los factores condicionantes son demasiado íntimos y complejos como para que todo el público pueda admirarlos. No. Yo pienso que la belleza en este asunto reside en el propio significado que cada individuo le ofrece, en conjunción con lo que el artista ha dejado ver en su obra, sea mucho o poco.
–¿Cree usted, a pesar del pensamiento que usted comparte, que sus esculturas son menos llamativas para un público amplio? Que, en comparación, solo una minoría se interesa hoy día por verlas. Perdone la franqueza, son datos de la encuesta realizada hace dos semanas por mi periódico.
–No se preocupe, entiendo lo que quiere decir y no me ofende. Le voy a contar algo –dijo Friedman hasta que se detuvieron en el último ventanal–. Desde el inicio de los tiempos, el ser humano ha expresado sus inquietudes, preocupaciones, festejos, felicidad, amistad, amor y demás sentimientos fuera de la forma que fuera. Desde los primeros grabados tallados en la roca hasta la última canción del top 100 en la radio. ¿Por qué? Yo tengo tres opiniones.
»La primera de ellas es quizás la más egoísta. Se trataría de hacer arte con ánimo de lucro y reconocimiento. Reconocimiento encauzado a más reconocimiento por el simple hecho de ganar dinero. Aunque por supuesto, existen los artistas que han conseguido unas ganancias enormes con sus creaciones. Eso no significa que todos los que hayan triunfado económicamente con sus obras pertenezcan a esta vertiente. Para nada, todo lo contrario. Como decía mi padre: «En todos los jardines crecen buenas y malas hierbas».
»La segunda opción sería la creación de un legado: creación de arte, plasmado de opiniones, grabado de los hechos y acciones concretas. Todo lo necesario para que tu nombre no caiga en el olvido. Esta opción, al igual que la anterior, no tiene nada que ver en hacer arte con el corazón. Se podría hacer con el corazón o se podría no hacerlo. Algunos considerarían una suerte que tu legado fuese justo aquello que te hace feliz, a lo que te dedicas por vocación y entusiasmo toda tu vida.
»La tercera sería por puro placer y pura necesidad. Usar tu mente para crear algo que tu corazón intenta describir. Al igual que los primeros humanos dibujaban en las cuevas, los egipcios construían sus pirámides, los griegos sus esculturas, los renacentistas sus capillas, el soldado de la Primera Guerra Mundial que grababa su nombre en la arena de Galipolli… No sería una razón concisa. No sería una razón que se pudiera describir con palabras. Sería algo humano. Algo que el ser humano necesita hacer generación tras generación. En este caso, no sería por reconocimiento, ni por fama, ni por crear un legado concreto. Supongo que la raza humana lleva el arte en sus genes como método de expresión para intentar explicar quién es, de dónde venimos y adónde vamos. Sus victorias, sus fallos, su empatía, su vacío, su humanidad. En definitiva, la definición de un ser humano.
Pintar, escribir, componer… todo lo que va creciendo y madurando en nuestro interior y que después expresamos en forma de canciones, letras o figuras, es lo más íntimo, verdadero, real y sincero que podemos dar. Después cada cuál hace suya esa creación, la transforma a su manera para entender lo que en un principio quiso ver, escuchar, o leer en ella. Y eso es maravilloso.
Muy buen relato 😉
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Gracias por el comentario. Como siempre, un placer leer tus palabras y que te pases por aquí.
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