El libro de los sueños

El bosque dejó entrever un camino por fin. Clara atravesó los matorrales apartando interminables ramas que crujían conforme despejaba el camino. Una de las espinosas ramas hizo que su tobillo sangrase levemente por una herida recién formada. Apareció al final del camino, entre el verde del musgo y la oscuridad de la noche, una mugrienta puerta de madera. Clara empujó y empujó hasta que la madera cedió y la puerta se abrió desprendiendo sendos trozos de madera.

–¿Hola? –preguntó al aire.

No hubo respuesta inmediata, pero un hedor y frío intensos enturbiaron los sentidos de la chica.

–He venido por fin –dijo ella.

Dio pequeños pasos observando todo a su alrededor. Se encontraba en una estancia de madera en medio de una ciénaga del bosque. La tenue luz de la luna se filtraba entre el techo desigual y las ventanas rotas. En el centro, un caldero hervía con furia.

–Hola, muchacha –dijo la tenue voz.

Clara seguía sin ver demasiado entre toda la oscuridad, pero cuando sus ojos se acostumbraron a ésta, diferenció una forma humanoide y alargada envuelta en una larga túnica de pies a cabeza. Su rostro de nariz puntiaguda y sus dientes podridos no hicieron que su respiración se relajase.

–¿Eres tú? –se atrevió a decir por fin.
–Sí, soy yo. El Soñador.
–¿El Soñador? Curioso.
–¿Qué te parece curioso, muchacha?
–Como una… cosa como tú es capaz de definirse a sí mismo como El Soñador.
–¿Por qué me juzgas tan rápido? –dijo sorprendido.
–¿No es obvio?
–Criatura insolente. No sé lo que habrás leído en tus libros de cuentos, ni lo que las gentes de la aldea dirán de mí. Pero sin mí, no seríais nada.
–¿Por qué dices eso?
–Ven aquí, acércate al caldero.

Clara se sintió extrañamente más relajada. Era la primera persona de la aldea que se atrevía a visitar al ermitaño en años.

–¿Qué se supone que voy a ver?
–¡Mira!

Cuando la muchacha observó al caldero pudo ver los sueños de los miembros de su familia, sus deseos de prosperidad y felicidad, sus ganas de vivir. Incluso vio los suyos propios.

–¡Es mi familia! Pero… No lo entiendo. Pensé que eras un ser malvado.
–Si es así, ¿por qué has venido? ¿No te asusto?
–Me asustabas. He venido porque me he escapado de casa.
–Ya veo. Y has venido al único lugar al que tienes prohibido ir. Sabia decisión para preocupar a tus padres.
–¡No es eso! Yo… Tenía curiosidad. No… No sé, tenía que verlo con mis propios ojos. Estaba harto de hacer caso a lo que decía la gente.
–¿Y cómo sabías dónde vivía?
–Leía. Muy pocos en la aldea leen. A mí siempre me ha gustado. Hace un tiempo encontré un libro que hablaba de ti en una doble balda del almacén del ayuntamiento. Creo que fue escrito hace décadas y apenas se podía leer nada pero dejaba claro que no eras lo que se decía. En el libro, el caldero no contenía embrujos horribles ni tripas de sapo, sino los sueños de la gente. Que tú eras quien los hacía. No hice caso al libro ni me atreví a venir aquí hasta que discutí con mis padres.

El Soñador rió.

–¿Qué te hace tanta gracia?
–Me acordaba de mi juventud –respondió mientras miraba apaciblemente al vacío.
–Tú… ¿Fuiste joven?
–No, nací de un cruce entre un vampiro y un jabalí.

Clara lo miró sin decir una palabra. El Soñador volvió a reír aún más alto.

–Claro que he sido joven. Yo vivía en la aldea. –Su rostro cambió por completo–. Vivía en una aldea vacía, no porque no hubiera naturaleza, ni animales, ni personas, ni tierra fértil. Las gentes no soñaban, no aspiraban a más, solo se conformaban. Así que decidí cambiar eso. Decidí hacer que la vida no fuese solo rutina, sino que cada persona pudiera soñar.
–Y supongo que es ahí donde empezaron los problemas…
–Sí. Fui desterrado de la aldea.
–¿No se supone que intentabas ayudarlos? ¿Por qué iban a hacer algo así?
–Mis propuestas de cambio no fueron muy bien aceptadas. La gente simplemente tenía miedo a salir de la comodidad. Los asusté. Así que me establecí en esta ciénaga y me propuse alimentar sus sueños de otra manera. Aprendí cómo hacerlo a través de este caldero.
–Con magia.
–No exactamente. No les estoy envenenando con pociones ni hechizos de los cuentos. Simplemente les hago ver cómo podrían cambiar sus vidas si se decidiesen a soñar un poco más. Ellos son a fin de cuentas quienes toman esa decisión.
–Tengo que irme. Mis padres estarán preocupados.
–Márchate. Puedes volver cuando quieras pero ten cuidado. Y no le cuentes esto a nadie.

Cuando Clara estuvo a punto de cerrar la puerta, El Soñador esbozó una sonrisa y dijo:

–Página tres del libro. Coge una vela y lee las marcas de abajo. No lo olvides.

Clara volvió a su casa sin saber qué pretendía decir con eso. Después de arreglar las cosas con sus padres, subió a su cuarto y sacó el libro que tenía escondido. Lo abrió por la tercera hoja, tal y como había hecho otras veces. Observó su contenido sin ver nada nuevo. Acercó una vela al extremo inferior y palpó la hoja con los dedos para encontrar las marcas. Poco a poco, formó una frase que leyó lentamente en voz alta:

«Camina hacia tus sueños y nunca te detengas. La vida te recompensará. Vuestros sueños siempre serán los míos. Firmado: El Soñador».

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Publicado por Aitor Morgado

Autor de «Escudo de Tinta» y «Buscando a Atlas». Soy escritor desde hace muchos años y me apasionan las letras. También soy Técnico Superior en Comercio Internacional, Técnico Superior en Administración y Finanzas, traductor y especialista en SEO. Me interesan la literatura, la historia, la filosofía, la mitología, los idiomas, la economía digital, las finanzas, el fitness y el heavy metal.

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