Un golpe de martillo. Ese es el sonido que marca el comienzo de todos mis días. Sigo la línea interminable de trabajadores con uniforme azul grisáceo hasta que me detengo en mi puesto de la fábrica. Golpe tras golpe, trabajo. Golpe tras golpe, ensamblo. Golpe tras golpe, construyo. Al finalizar la jornada de doce horas, el olor a grasa, aceite y sudor impregnan el aire de vuelta a casa.
Las únicas luces que veo cada día son los fugaces destellos del amanecer y los focos del interior de la fábrica. Soy una orgullosa pieza más del engranaje que mantiene todo a flote. Mi trabajo es el hogar, la fábrica es alimento para mi cuerpo y mi libertad es el martillo que empuño. Lo golpeo de nuevo con todas mis fuerzas y sonrío de sentirme tan afortunado en este engranaje tan perfecto.