Eran espejos. Espejos por todas partes. Los había de todos los tamaños y formas, colgados por el techo, las paredes o reposando en el suelo. La habitación era enorme. Anduve hasta el centro de la sala, el único lugar donde no había ningún objeto a varios pasos. Miré al suelo y pude apreciar la cara de un lobo grabada en ella. El lobo que había entrado conmigo correteó por la sala hasta que llegó a un gran sillón ubicado en el fondo e iluminado por varias antorchas. Allí, el animal me miró con curiosidad. Casi parecía que sabía todo lo que estaba ocurriendo. Su mirada me transmitía una atención perpleja, aunque no agresiva. Ni un gruñido, ni un gesto. En un momento de duda y nerviosismo pensé en echar a correr y volver a bajar las escaleras del castillo, atravesar el pueblo y coger el primer tren de vuelta pero ese pensamiento se desvaneció cuando los espejos comenzaron a mostrar imágenes. No era mi propia silueta ni el reflejo de nada más. Era mi propia vida. Escenas que apenas recordaba y que no recordaría si no fuese por aquel momento. Los espejos mostraban sucesos de mi niñez, aventuras de mi adolescencia y dramas de mi adultez. Las escenas cambiaban rápidamente y parecían borrosas, como cuando se sueñan acontecimientos propios pero vividos en tercera persona. Lo que más me inquietó del todo es que varios de los espejos mostraban una persona más anciana que yo, con momentos que yo no recordaba…, pero que recordaría. Aquel rostro era el mío. Era mi yo anciano. Sucesos que aún no habían ocurrido.
–¡Ya basta! –grité.
El lobo blanco me volvió a mirar y esta vez su mirada era completamente diferente.
–No sé quién eres, o lo que eres. Solo sé que tú no eres un lobo común. Hay algo de raro en ti. ¿Por qué he oído pisadas antes de abrir la puerta? ¿Quién me ha escrito la nota que apareció en la nieve? Tengo la sensación de conocerte, sin embargo, pareces un simple animal. ¿Qué es es todo esto? ¡Quiero una respuesta!
La criatura detuvo todo movimiento corporal unos segundos, hasta que por fin su musculatura y pelaje comenzaron a transformarse en algo diferente. Sus ojos cambiaban, la forma de su cuerpo se alteraba entre espasmos y sus miembros evolucionaban a algo diferente. Segundos después, la figura de un hombre cubierto de blancos ropajes se encontraba ante mí. Con una extraordinaria normalidad, se sentó tranquilamente sobre el sillón de aquella enigmática habitación.
–Hola, Alexander.
–Debo suponer que has sido tú quien ha escrito la nota.
–En efecto.
–¿Qué es este lugar?
–Es el lugar de los perdidos.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Alexander frunciendo el ceño.
–Sabes tan bien como yo lo que quiero decir.
Dentro de él, sabía que tenía la respuesta, aunque no lograba llegar a ella, la había enterrado hace mucho bajo engaños y mentiras.
–Explícamelo.
La figura anduvo unos pasos alrededor de la sala de los espejos, observando cada una de las escenas presentes, pasadas y futuras.
–¿Qué ves aquí?
–Mi… vida. ¿Mi futuro?
–Tu vida. Exacto.
–¿Cómo es posible que esté viendo cosas que aún no han sucedido?
–Eso solo lo eliges tú.
–¿A qué te refieres? –preguntó extrañado.
La figura se detuvo y miró al hombre con sus pálidos ojos.
–Alexander, ¿hace cuánto tiempo que abandonaste?
–¿Abandonar? ¿Yo?
La figura sonrió maliciosamente mostrando una dentadura más propia de un lobo que de un ser humano.
–Es increíble como puedes engañarte a ti mismo a sabiendas de que sabes la respuesta correcta a eso.
El rostro de Alexander esgrimió una mueca.
–¿Por qué estoy aquí?
–Soy tu lobo blanco.
–¿Mi lobo blanco?
–Así es –dijo mostrando una sonrisa más amable que la anterior–, yo mismo elegí serlo.
–No lo entiendo. ¿Y qué significa eso?
–Hace tiempo que abandonaste. Hace tiempo que tus ambiciones murieron. Hace tiempo que no sueñas. ¿Es eso cierto?
Alexander se mantuvo en silencio.
–No hace falta que digas nada. Ya lo sabes. Haces culpable a los demás de tus fracasos, cada día entras en una espiral de derrota más profunda y te niegas a aceptar que los errores de tu vida hayan sido provocados por ti en gran medida.
–Dudo que tú seas capaz de juzgar cuáles son los errores de mi vida, ¿no crees?
–No sé si soy capaz o no soy capaz. Nosotros, los lobos blancos, incitamos a aquellos perdidos como tú a venir aquí, a esta sala de espejos. La influencia que podemos provocaros desde aquí es muy escasa. Se necesitan muchos años para que al final decidáis venir aquí. Por eso llevo tanto tiempo esperándote.
–¿Y qué quieres de mí?
–Quiero que dejes tus penas y tus quejas y vuelvas a comenzar… Uniéndote a nosotros.
Alexander volvió a mirarlo a los ojos con aire dubitativo.
–¿Unirme a vosotros?
–En efecto.
–¿Sois muchos?
–Los necesarios.
–Necesito saber qué implicaría unirme a vosotros.
–Si te unes a nuestra hermandad tendrás un nuevo comienzo entre nosotros. Ayudarás a gente como tú que vaga sin rumbo por el mundo.
–Gente como yo…
El lobo blanco volvió a esgrimir aquella sonrisa enigmática.
–Exacto, como tú. Si aceptas. No voy a obligarte. Estás en tu derecho de dar la vuelta y marcharte.
Alexander paseó por la habitación observando aquellos espejos de su vida.
–Mi vida en el futuro… ¿Sería la que estoy viendo en algunos de estos espejos?
–Solo si te marchas. Si te unes a la hermandad, no tendrás un futuro como humano… Del todo. Las visiones de estos espejos no se harán realidad. A partir de ahí, tú mismo forjarás tu futuro.
–¿Qué ocurre si me marcho después de ver los espejos? ¿No se supone que una vez que veo el futuro puedo cambiarlo?
–Eso no funciona así, Alexander.
–Me estás hablando del destino.
–Si quieres usar esa palabra… Los humanos tenéis esa necesidad de etiquetarlo todo.
–No creo en el destino.
–Eso escapa bajo mi control. Yo no controlo los espejos ni las escenas que se muestran en él.
–¿Y quién lo hace?
–No lo sé. Algunos lo saben. Yo no, ni quiero saberlo. No es mi trabajo.
Alexander paseó varios minutos por la sala mientras pensaba en su próxima decisión.
–¿Qué ocurrirá si acepto?
–Te unirás a la hermandad. Gozarás de nuestros poderes. Ayudarás a los errantes.
–¿Y ya está?
–No puedo contarte más. Lo verás cuando entres. Pero recuerda, no hay vuelta atrás. Dejarás de ser todo lo que eras. Olvidarás tu pasado. Olvidarás a aquellos con quien alguna vez has hablado. Lo dejarás todo. Renacerás en un lobo blanco. No podemos esperar más tiempo. ¿Cuál es tu elección, Alexander?
Mucho tiempo después…
Un hombre seguía a aquel misterioso animal por la costa. La luz de la luna dejaba entrever su hermoso pelaje blanco. Le suplicaba entre jadeos que aguardase, exigiendo respuestas. La nota que había encontrado hacía pocos minutos le animaba a seguir al animal, que parecía escabullírsele a cada paso que daba. El hombre se preguntaba el por qué de la nota y el por qué de aquel misterioso lugar que tanto le atraía. Cuando quiso darse cuenta, el camino de la costa terminaba en un pequeño y ruinoso castillo en medio del bosque. El lobo blanco había desaparecido entre las ramas, pero pudo encontrar una figura humana paseando en el vestíbulo de aquel enigmático edificio. La figura finalmente se dio la vuelta y el hombre pudo ver su sincera pero misteriosa sonrisa, reflejada en varios de los espejos de aquella sala. Las primeras palabras de aquel ser retumbaron en la estancia con una voz grave y hermosa.
–Bienvenido. Mi nombre es Alexander.