El edificio parecía más pequeño por fuera. Nada más abrir la puerta, no encontré otra cosa que una gran escalera ascendiendo hasta un techo al que la vista no llegaba. Subí las escaleras sin pausa. Cada peldaño que tomaba se traducía en una meta de mi vida. Algo me decía que podía detenerme en uno de esos peldaños a saborear cada uno de esos momentos, pero me negaba. Quería más, era adictivo. Más metas a cumplir, más objetivos. Mis pies no paraban, ascendían por la escalera cada vez más rápido y yo intentaba encontrar el peldaño definitivo en el cual estaría completamente satisfecho. Aquel peldaño en el que yo tendría el control, en el que no necesitaría más para poder saborear la completa felicidad.
Soy un necio. No importa cuántos peldaños subiera, siempre habría otro más. Siempre habría una razón para la insatisfacción. Ambición, control, felicidad. Debería haber comprendido al abrir la puerta que esta escalera no tiene fin.
Menos mal que es un ascenso y no un descenso, porque descender sin fin es mortal.
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Siempre buscamos más, sin permitirnos saborear nuestros logros, muy cierto!
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