La sombra

Otra noche más caminando en la nieve. Otra noche más buscando. Aparecía siempre en aquella época del año. La sombra, la voz, la razón. Nunca me llegué a preguntar del todo quién era, o qué era. Esa pregunta perdía todo sentido una vez escuchaba sus palabras. No me importaba de qué boca salieran o qué viento traería su voz, simplemente no tenía importancia alguna. Sabía que en aquel momento era todo lo que necesitaba oír pero un año de espera era demasiado tiempo. La sombra siempre aparecía en invierno y no volvía hasta el siguiente.

Mientras el viento me golpeaba en la cara, una mancha negra fue acercándose a mí. Sus movimientos no parecían humanos y su caminar no parecía precedido de ningún movimiento físico. Era la sombra. Su silueta era humanoide pero sus movimientos describían todo lo contrario. En ese momento me encontraba al borde de las lágrimas, sumido en una espiral de pensamientos inconexos, dudas y miedos de todo tipo. Necesitaba a la sombra más que en ningún otro momento.

Me fallaron las fuerzas para continuar caminando y caí entre ramas, hojas y nieve. Me golpeé la cabeza y quedé aturdido varios segundos. Mi fuerza se esfumaba y mi esperanza volaba con el viento helado. Aquel golpe solo fue una excusa más que mi cuerpo necesitaba para derrotarme una vez más, una entre muchas. Cuando alcé la vista esperando ver a la silueta humanoide y confirmar por fin ante qué tipo de ser me encontraba, no vi más que un entorno difuminado. El paisaje nevado cambió por un entorno más cálido, una especie de habitación decorada con muebles antiguos. Sin embargo, las formas no llegaban del todo a mi mente por lo que seguí aturdido varios segundos. La sombra comenzó a hablar:

—Tienes miedo. Lo sé.

Levanté la cabeza, intentando que mis lágrimas y mi dolor de cabeza me dejaran responder algo con sentido.

—Lo tengo. No tengo fuerzas. Estoy tremendamente cansado.
—Te conozco lo suficiente para saber que en el fondo nunca te has rendido.
—Sí que me he rendido. Muchísimas veces. Más de las que tú puedes imaginar.
—Mientes. Lo sé todo sobre ti.

Mi cabeza empezó a dolerme más intentando explicarme a mí mismo quién o qué era esa sombra, pero una vez más me encontraba ante una pregunta estúpida. Quería sus palabras, nada más. Ese ser parecía ser capaz de comprenderme mejor que yo mismo.

—Si lo sabes todo sobre mí, ¿qué es lo que buscas?
—Ayudarte.
—¿Por qué?
—¿Existe razón para ayudar a alguien?
—Siempre existe una razón para ayudar a alguien.

Esa última frase salió de mi boca sin pasar por mi mente. Un atisbo de optimismo en el océano formado por el caos de mis pensamientos. La sombra continuó hablando:

—Sé que tienes miedo. Sé que piensas que te has rendido. Sin embargo, eso no es más que una afirmación provocada por la desesperación, por el dolor. Tu dolor es grande y no te deja ver lo que tienes frente a ti.
—No puedo con esto.
—Estás en lo cierto, tanto si dices que no puedes, como si dices que puedes.
—¿Qué quieres decir?
—Tienes que comprender el dolor. El dolor no es más que una señal de aviso de que algo no funciona en tu vida. Como todo, el dolor es algo que nos mantiene despiertos, creativos, ávidos de conocimiento y de entender el mundo que nos rodea. Si de verdad podemos diferenciarnos de alguien es en la manera que canalizamos ese dolor.
—Quiero que desaparezca.
—Eso sería el camino fácil. El camino cobarde.
—Que no haya dolor no es cobarde, es el objetivo.
—Te equivocas.

La sombra calló durante varios segundos antes de continuar hablando:

—El dolor no es más que una prueba. La recompensa de saber canalizar ese dolor es la fuerza, la claridad, la superación. El error es intentar apaciguar ese dolor con distracciones esporádicas o salir corriendo de él. Tarde o temprano te encontrará. Incluso si has corrido más rápido que él durante años, te encontrará.
—¿Qué intentas decirme?
—Sabes qué es lo que tienes que hacer. Solo que ahora mismo no lo ves. Eres incapaz solo porque tú piensas que lo eres. Tienes que abrazar el dolor, pelear con él, hablarle a la cara. Huir no es una opción. No tienes opción.
—¿Y qué hago?
—Haz del dolor un compañero de vida. La vida nunca estará carente de dolor. Si aceptas ese dolor, si lo llevas contigo, te hará más fuerte y poderoso de lo que nunca hubieras imaginado. Ese es el verdadero poder: aceptar el dolor sin llegar a destruirnos por dentro, aceptar el dolor sin perder la esperanza, aceptar el dolor sin llegar a convertirnos en algo que no deseamos.

El entorno de la habitación comenzó a difuminarse aún más.

—¿Te marchas? —le pregunté a la sombra.
—Tengo que irme, no puedo quedarme.

La sombra comenzó a desaparecer y el entorno nevado volvió a aparecer ante mí. El frío del invierno volvió a golpearme la cara y la sombra comenzó a alejarse cada vez más.

—¡Espera! ¿Quién eres?

Justo antes de desaparecer un año más, la sombra me dijo:

—Lo sabes. Siempre lo has sabido.

Tenía razón, y no quise verlo.

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Publicado por Aitor Morgado

Autor de «Escudo de Tinta» y «Buscando a Atlas». Soy escritor desde hace muchos años y me apasionan las letras. También soy Técnico Superior en Comercio Internacional, Técnico Superior en Administración y Finanzas, traductor y especialista en SEO. Me interesan la literatura, la historia, la filosofía, la mitología, los idiomas, la economía digital, las finanzas, el fitness y el heavy metal.

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