–Dos más por el este, un grupo de cinco a seis por el suroeste.
–Captado. No les voy a poder ver bien hasta que amanezca.
–¿A qué están esperando?
–No lo sé, pero mantente alerta.
Los dos compañeros de armas compartieron la ración de aquella noche debido a la escasez de suministros. Sus miradas se perdían en el vacío de sus pensamientos. Llevaban combatiendo en esa guerra más de diez años.
–¿Tienes la bandera?
–Lista y dispuesta.
Cuando empezaba a salir el sol, sus disparos iluminaron los edificios que ya estaban cubiertos de la tenue luz anaranjada del amanecer. Cuando solo quedaron ellos, plantaron la bandera en la cima del edificio más alto. Todo aquel territorio era un campo de ruinas, ciudades reducidas a la nada, un entorno natural convertido en desierto.
Uno de los soldados le dijo al otro:
–Victoria. ¡Por fin!
El otro no esgrimió ninguna mueca.
–¿Qué significa esto?
El soldado de la bandera miró al segundo con cara de estupefacción, incluso con una leve mueca de sorpresa, pero rápidamente adoptó el mismo semblante que su compañero. Miró la bandera ondeando al leve viento y respondió:
–No tengo ni idea. ¿Seguimos?
–Seguimos.