Los dos marineros subieron al barco a través de la escalera de cuerda. Ambos sabían perfectamente que algo extraño estaba sucediendo pero no podían explicarlo con palabras, así que permanecieron en silencio mientras examinaban la cubierta.
–Algo ha cambiado, Alfred.
–¿El qué?
–¿Recuerdas las armas que cogimos aquí?
Alfred anduvo por la cubierta húmeda mientras la lluvia seguía repiqueteando en la madera y entendió lo que quería decir.
–Siguen aquí.
–Exacto, es como si nunca hubiéramos estado aquí.
–¿Qué es eso, novato? ¡Mira allí!
Un nuevo navío se acercaba a la costa. Alfred hizo señas a Rowan para que se agachara mientras los nuevos visitantes amarraban y le susurró:
–Tenemos que irnos de aquí ahora mismo. Esto no me gusta nada.
–¿Qué ocurre? –preguntó el joven.
–¿Aún tienes el pergamino?
–Sí.
–¡Dámelo!
Rowan sacó el enigmático pergamino de uno de sus bolsillos y se lo entregó a Alfred.
–No discutas, novato, y escúchame. Ahora vamos a bajar de este navío. Tú te vas a ocultar en la vegetación y vas a encender una pequeña antorcha ahora mismo sin que te vean los recién llegados.
–No entiendo nada.
–Yo sí. Conozco esta leyenda. ¡Es la única manera de no quedar atrapados aquí para siempre!
–¿Atrapados?
–¡Cállate y hazlo!
Rowan miró a Alfred con estupefacción y comenzó a hacer un fuego con las pocas maderas secas que encontró debajo de unos baúles. Cuando la antorcha resplandecía en la noche, ambos marineros bajaron por el lado opuesto del navío y tal y como Alfred le había dicho, Rowan se ocultó en la vegetación. Éste observó al veterano dirigirse con la antorcha hacia la tienda de campaña mientras sujetaba el pergamino con la otra mano.
Rowan lo entendió al instante: los nuevos visitantes que habían llegado a la costa eran ellos mismos y el hombre de la antorcha y la tienda siempre había sido Alfred. ¿Pero cómo era posible? ¿Qué magia era ésta? ¿Y dónde había ido Alfred después de entrar en la tienda de campaña? El joven giró la cabeza y observó a ellos mismo dirigirse hacia la tienda de campaña, tal y como ellos mismos habían hecho hacía unos instantes.
Dentro de la tienda, Alfred dejó el pergamino en el lugar donde le correspondía.
«Piensa, piensa, piensa… ¿Qué tengo que hacer ahora? Cuando vimos al hombre de la antorcha entrar aquí, desapareció dentro de la tienda. Tengo que cumplir lo que he visto o podemos quedarnos atrapados aquí…»
Alfred comenzó a excavar rápidamente en un rincón mientras escuchaba los pasos de sus otros yo acercándose rápidamente. Justo en el mismo momento que entraron, el veterano salió de la tienda por el lado opuesto, tapando el pequeño túnel con un montón de arena para disimular su escapada. Y ahí se quedó, apoyado en el lado opuesto de la tienda, esperando que todo volviera a ocurrir como estaba previsto.
«¿Y ahora qué?»
Continúa en la quinta parte…