El calor sofocante del desierto de Sonora era peor de lo que me había imaginado. Este vasto desierto, compartido por Estados Unidos y México, parecía no tener fin. Conduje mi coche durante kilómetros, durante horas interminables, escapando del bullicio de la ciudad y el sinsentido de los lazos humanos que allí me esperaban a la vuelta. Quizás encontrara algo bajo este sol abrasador.
Después de dos días recorriendo bares, pequeñas tiendas y aldeas apartadas de la civilización, me propuse conducir más hacia el sureste, hacia la frontera con México. Una carretera mal asfaltada me guiaba hacia un horizonte interminable y borroso debido a las altas temperaturas. Entre esa niebla de arena, vi algo que me llamó la atención. Parecía un pueblo lleno de música, con gente comiendo y bebiendo bajo una actividad sin desenfreno. Giré el volante y me detuve en un aparcamiento de gravilla improvisado. Nada más bajé del coche, eché de menos el aire golpeando mi rostro. Entré en la primera taberna que se me cruzó por el camino, donde un enorme cartel recibía a los visitantes y a los forasteros:
«Un único día, para una vida única».
¿A qué se refería? En el momento, pensé que se trataba de una jerga o alguna costumbre de la zona que yo ignoraba. Me acerqué a la barra y la gente de allí fue tremendamente agradable. Bebí whisky y tequila de gran calidad, degusté unos manjares deliciosos, conocí gente maravillosa manteniendo conversaciones trascendentales. Me sentía en una nube de jolgorio y todos mis sentidos estaban concentrados en la felicidad de aquel momento. Era otra persona, en otro tiempo totalmente diferente, con un pasado que quedaba demasiado lejos de mis pensamientos. No había más dolor, ni más preocupaciones.
Y de pronto, más arena. Viento abrasador. El sabor pastoso del alcohol de la noche anterior. Me levanté de la arena y comprobé que aún conservaba todo y que no me habían asaltado. Mi coche estaba allí, con una puerta abierta y la luz del amanecer reflejándose en la carrocería. ¿Qué había ocurrido? Saqué mi móvil y no vi mensajes nuevos, ni notas, ni fotos. Así que decidí regresar a por respuestas. Recordaba el camino pero el GPS no era muy preciso por aquellos lares. Una hora después, vislumbré las marcas de mis ruedas cuando giré el volante la noche anterior. La gravilla aplastada por el peso de mi coche seguía estando allí. Pero ni rastro del pueblo. Había desaparecido por completo. Anduve por la zona, apartando arbustos e intentando ver algo más que tierra, arena y gravilla. Estaba seguro de que era el lugar.
Horas después, abandoné mi misión, rindiéndome ante la razón e intentando no hacer más preguntas que no podía responder. Paré en un gran acantilado cerca de la carretera, mientras observaba pequeños remolinos de arena formándose hasta donde alcanzaba la vista. De pronto, recordé el cartel de aquella taberna:
«Un único día, para una vida única».
Así que a eso se refería: solo un día de felicidad para todos los forasteros que pasaban por allí. Eso era todo. Supongo que en mi destino estaba crear el segundo, y no pararía hasta encontrarlo. No me conformo con un día, ni con una única vez. Volveré a encontrar ese lugar, esté donde esté, hasta que el calor del desierto me consuma.
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