Redención

El sabor de la sangre en la boca fue lo primero que sentí al recuperar la consciencia, seguido de una intensa luz de un foco que me cegaba sin descanso. No tuve tiempo de percatarme de dónde estaba cuando una intensa voz penetró hasta mi cerebro.

—Sujeto 1, responde.

¿Sería yo ese sujeto? ¿Me hablaba a mí? No podía estar seguro. La luz seguía siendo demasiado intensa para conseguir describir el lugar pero conforme mis sentidos despertaban, pude ver que estaba atado a una silla. Mis brazos y mis piernas se encontraban inmovilizados. También había lo que parecía ser una pantalla enorme al otro lado de la estancia.

—Sujeto 1, responde.

¿Responder? ¿A qué?

—Do… Dónde… —intenté preguntar, pero mi voz fallaba a cada sílaba que quedaba ahogada en mi garganta.
—Responde ahora mismo.
—¿Dónde… Dónde estoy?

Un repentino choque de dolor atravesó todo mi cuerpo cuando mi interrogador me propició un fuerte golpe en la cara.

—Sujeto 1, responderás solo a lo que yo te pregunte.

No respondí a aquello, por miedo a recibir otro golpe y también porque el dolor había paralizado lo poco que sentía. La luz del foco había rebajado su intensidad, ¿o eran mis ojos acostumbrándose a ello? Sin embargo, seguía sin poder poner cara a mi agresor. Lo único que pude ver es que llevábamos camisas parecidas.

—Último recuerdo del sujeto.

En ese momento mi dolor físico y mi conmoción deberían haber sido suficientes para aterrarme, pero no era eso lo que más me asustaba. La forma de expresarse de mi interrogador y su aparente inhumanidad dejaba entrever a alguien sin escrúpulos, alguien que no pestañearía en hacerme las cosas más horribles.

—No… Yo no… Deja que…

Otro golpe. Éste dolía menos que el anterior. Eso o el dolor empezaba a ser un agrio compañero en esta situación tan extraña.

—Sujeto 1, responde a las preguntas con claridad. Volveré a preguntar: último recuerdo del sujeto.

Este cabrón acababa de decirme que respondiese a las preguntas con claridad y ni siquiera me había formulado una. No sé de dónde saqué la valentía para contestarlo de esta manera, pero quizás era debido a la sensación de que no tenía nada que perder. Un poco de dignidad personal aunque nadie estuviese allí para verla.

—Responderé a tu pregunta cuando me hagas una, sucio capullo.

El tercer golpe. Sí, éste sí me lo esperaba y dolía tanto como el primero y el segundo juntos. Más sabor a sangre en la boca y más conmoción. Solo me quedaba jugar a su juego y ver qué podía sacar de todo aquello.

—Sujeto 1, ¿cuál es tu último recuerdo antes de despertar?

Esta vez intenté esforzarme y recordar. Último recuerdo. Último recuerdo… Rápidos flashes acudían a mi memoria, como cuando intentas recordar algo específico a gran velocidad y acuden todo tipo de vivencias: desde la tarea del hogar más cotidiana hasta recuerdos con una alta respuesta emocional. La presencia de mi interrogador no ayudaba a concentrarme en ello y pude sentir su impaciencia, así que intenté dejar de divagar. Respiré lentamente y puse en orden todas las tareas que solía hacer día tras día. Y en efecto, di con algo.

—Me encontraba en la sala de mi casa. Estaba solo.
—¿Qué más?
—Era de noche.
—Continúa.
—Algo había pasado… Algo que…

Mi interrogador se acercó a mí, descontento ante mis dudas.

—Espera… ¡Espera, joder! Un poco de paciencia. Estaba… Estaba en la sala y acababa de discutir con una persona importante.
—¿Qué persona?
—Mi mujer. Bueno… Eso creo.
—¿Eso crees?
—Sí, no sé en qué acabó todo. Solo sé que no pude más y me quedé dormido después de sentir cómo mi vida se iba a la mierda. Ese momento fue la gota que colmó el vaso después de una larga temporada de problemas de todo tipo y con todo el mundo.

Una pausa tensa siguió a mi explicación y no me atrevía a preguntar nada más. La persona a la que era incapaz de poner cara se quedó en la misma posición unos instantes, como intentando procesar toda la información. Finalmente, se alejó de mí y se dirigió a la enorme pantalla que había visto fugazmente al despertarme. Con un movimiento de mano la encendió y pude ver la sala de mi casa. La figura aún estaba de espaldas a mí.

—Sujeto 1, a partir de este momento quedas relevado del control de tu vida. Yo, el sujeto 2, tomo el control de todas las decisiones conscientes que haya que tomar a partir de ahora. No se te permitirá influir, intervenir ni decidir ningún asunto dentro de este cuerpo, ni tampoco podrás recuperar el control, con la única excepción de estar dispuesto a luchar por mejorar tu vida.

En ese momento entendí las implicaciones de todo lo que estaba ocurriendo. Este ser sin escrúpulos me había relevado de mi propio cuerpo y me había condenado a mirar mi propia vida con él al mando. No quería ni imaginar de lo que podría llegar a hacer a mis seres queridos ni lo de que era capaz para cumplir sus objetivos egoístas. Aquella persona salió de la estancia y la visión de la pantalla comenzó a moverse. Ya contaba con el control absoluto y yo estaba atrapado como un mero espectador.

—¡De acuerdo! ¡De acuerdo! No, para… ¡Cambiaré! ¡Cambiaré! ¡Lo intentaré de verdad! ¡Te lo aseguro!

Solo recibí una respuesta ante todas las suplicas que pude llegar a reunir. Únicamente una dolorosa frase confirmó un hecho que yo no estaba dispuesto a admitir como verdadero:

—No te creo.

Ante mi desesperación, una terrible verdad cobró forma en mi mente: esa persona era yo, o mejor dicho, era la peor versión de mí mismo. Era mi creación, era mi antítesis, era la horrible consecuencia de mis actos y mis pensamientos.

O quizás aquella persona era mi verdadero yo.

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Publicado por Aitor Morgado

Autor de «Escudo de Tinta» y «Buscando a Atlas». Soy escritor desde hace muchos años y me apasionan las letras. También soy Técnico Superior en Comercio Internacional, Técnico Superior en Administración y Finanzas, traductor y especialista en SEO. Me interesan la literatura, la historia, la filosofía, la mitología, los idiomas, la economía digital, las finanzas, el fitness y el heavy metal.

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