El bosque había convivido con su familia desde hacía generaciones. Desde que se perdía la memoria en el largo linaje de sus ancestros, aquellos imponentes árboles cuidaban de ellos y los protegían de numerosos peligros. En las frías noches norteñas, el bosque ofrecía un espectáculo maravilloso con su juego de sombras y los tímidos rayos de la luz de la luna atravesando las frondosas copas de los árboles. Era su hogar y lo había sido desde el inicio de los tiempos. El árbol más grande y majestuoso, el que aparecía ya desde los primeros cánticos de su familia, era el principio de todo, el creador de la naturaleza y lo que otorgó a los humanos el poder de la magia.
Pero ella caminaba sola en la noche. Era la última de su linaje y era consciente de que su decisión la iba a marcar de por vida, mas no tenía elección. Los ejércitos de los hombres provenientes del otro lado del canal se acercaban. Los navíos desembarcaban guerreros en una sucesión que parecía no tener fin. Exaltados también por la leyenda de aquel bosque magnífico, sus contingentes se abrieron paso a través de la extensa tierra, masacrando a todos en su camino y destruyendo todo vestigio pagano en aras de obtener aquel poder. La última druida de la tribu se detuvo ante el árbol primigenio y posó su mano en el grueso tronco de cientos de años de antigüedad.
—Perdona por lo que estoy a punto de hacer, pero no puedo dejar que tu don caiga en las manos equivocadas. Sería el fin de todo cuanto conocemos.
El sonido de una trompeta y varios cientos de pisadas a lo lejos la sobresaltaron. Su mano se apartó instintivamente del tronco y se alejó. El báculo que portaba ya estaba más caliente que su propia piel, presintiendo el deseo de su portadora. La druida pronunció varias palabras en una lengua ancestral desconocida para el resto de los humanos y su báculo comenzó a emitir chispas en la fría noche hasta que poco a poco fueron cayendo al suelo. Tenía cierto control sobre el fuego, pero en su interior sabía que aquella magia era una simple catalizadora, no un dominio humano sobre ella. Por eso mismo no podía dejar que los hombres cubiertos de metal la manipularan, nunca la podrían controlar y acabaría siendo su ruina. Los invasores nunca quisieron escuchar las palabras que provenían de bárbaros como ellos, creyendo que era una excusa para no entregarles lo que creían que les correspondía por derecho.
La druida caminó hacia el linde del bosque mientras acercaba su báculo a cada uno de sus árboles. Las llamas se extendían prácticamente en la totalidad del paisaje y los soldados daban órdenes apresuradas para intentar sofocar aquel incendio, cosa que nunca pudieron hacer. Llegó hasta la montaña que llevaba hacia tierras lejanas. Desde allí, observó con lágrimas en los ojos cómo el fuego comenzaba a subir por el tronco del gran árbol primigenio. Su báculo comenzó a quemar su mano y tuvo que soltarlo, ya que estaba hecho de la misma madera que aquel árbol y uno no podía existir sin el otro. Cayó por la ladera de la montaña y nunca más lo volvió a ver. Desde aquel día, la magia en el mundo se apagó para siempre y todo vestigio de la misma se convirtió en mito y leyenda. Los restos del báculo nunca fueron hallados.