Génesis (capítulo 1)

Las grandes puertas metálicas se abrieron con un quejumbroso chirrido. El ingeniero del equipo siguió leyendo los datos de la antigua pantalla ubicada a un lateral, atento a cualquier indicio de problemas. Todo estaba en orden.

—Buen trabajo —dijo el embajador sin apartar la mirada del interior de la estancia.
—Gracias, señor.

El embajador lideraba un equipo de tres militares: un ingeniero, un historiador y un experto en demoliciones al que se referían por el nombre de Zack, pero ni siquiera estaban seguros de su nombre. Su superior no conocía su procedencia con exactitud, aunque se refería a él como uno de los más capacitados para hacer estallar todo por los aires si las cosas se ponían feas. El embajador no sabía si esto le tranquilizaba o le ponía aún más nervioso, pero aceptó su solicitud de todas maneras una vez se abrió el proceso de selección.

La expedición se había formado por los cuatro miembros sin apenas papeleo, después de recibir una transmisión cuya señal era tan débil que los ojeadores del mundo más cercano aún se preguntaban cómo no la habían pasado por alto entre toda la estática. Sea como fuere, el embajador imperial establecido en dicho planeta recibió una orden firmada por los jefes de sector y con un sello que provenía del propio gabinete del emperador. Tanto la información de los ojeadores como la orden constataron que se trataba de una señal lanzada desde una nave de la que no se tenía ninguna información técnica disponible. Era tan primitiva que no existían registros en la base de datos actual. Incluso los primeros navíos registrados en la misma disponían de una tecnología infinitamente superior.

El sello de la orden no mentía: alguien, incluso puede que el propio emperador, consideraba que esta nave tenía información de incalculable valor. Los primeros datos indicaban que llevaba vagando por el espacio desde hacía miles de años. El embajador no entendía cuál era el motivo de remover un pasado tan lejano del que apenas se conservaban mitos y leyendas dignas de cualquier cuento de hadas. ¿Qué utilidad podría tener? ¿No había mayores problemas que atender? Pero órdenes eran órdenes y el equipo recibió un generoso pago de medio millón de créditos de manera adelantada. Las respuestas podían esperar.

Las instrucciones eran claras: acceder al navío mediante vainas lanzadas desde un transporte imperial, realizar una exploración rápida, extraer todos los datos posibles de los sistemas y volver junto con las grabaciones al punto de partida.

—Señor, no recibo nada nuevo. Esta tecnología no responde a ninguno de mis intentos para conectarme a la nave remotamente. Parece que si algún día tuvo alguna IA conectada a los sistemas, agotó su célula de energía hace mucho tiempo. Tendremos que encontrar el puente de mando y acceder a su base de datos de forma manual —dijo el ingeniero.
—¿Sabemos quién la construyó? ¿Alguna denominación? —preguntó el embajador mientras intentaba que sus ojos se acomodasen a la oscuridad del interior.
—Los grabados del exterior de la puerta no son reconocibles y la base de datos imperial no es capaz de establecer ninguna conexión con las lenguas actuales. Dicho lo cual, se parece mucho a una de las escrituras ancestrales. Intentaré que la IA establezca un patrón lógico —respondió el historiador.

La base de datos imperial contenía toda la información de las sociedades humanas actuales conectadas en tiempo real. Era una maravilla tecnológica que comprendía todo el saber humano pasado y presente al alcance de cualquier persona conectado con un implante.

—De acuerdo. Parece que solo tenemos una solución. Visión nocturna y adelante.

Zack se levantó, escasamente animado por la perspectiva de mover las piernas y encontrar algo de acción. No le interesaba demasiado la historia, pero tenía que admitir que algo de aquella nave resultaba de gran atractivo, incluso extrañamente inquietante. Había pasado toda su vida en el ejército y había visto todo tipo de naves y arquitectura imperiales. La premisa de poder ver una nave de los ancestros desde su interior no era algo que ocurriese todos los días.

La expedición cruzó las grandes puertas en silencio, salvo por el pisar metálico de los trajes de protección. La gravedad se mantenía estable dentro de los pasillos de la nave y el oxígeno, aunque escaso, seguía estando presente.

—Detecto una fuente de energía, señor —dijo el ingeniero—. Allí, tercer pasillo a la derecha y después, todo recto.

Mientras hablaba, un camino apareció vislumbrado en los mapas holográficos del interior del casco de cada miembro.

—¿Alguna información de interés hasta el momento?
—No, señor. Parece que la nave se ha mantenido en un estado de éxtasis hasta que comenzó a emitir la señal. La poca energía restante se está utilizando en mantener la gravedad artificial, la iluminación y el oxígeno, pero no recomiendo quitarnos los cascos.
—Entendido.

El grupo siguió caminando. Dejaron atrás los tres pasillos y giraron hacia la derecha. El camino que tenían delante era notablemente más ancho que el resto de la nave y el techo se abría en una pequeña cúpula. Al final del pasillo, una nueva puerta, similar a la de la entrada.

—Ingeniero, hágase cargo de…

La puerta emitió un chirrido y comenzó a abrirse automáticamente.

—No he dicho nada.
—Según los registros de modelos antiguos, este podría ser el puente de mando, señor. Sugiero precaución —advirtió el historiador.
—De acuerdo. Entren con cautela y aseguren la zona. No toquen nada sin mi permiso expreso.

La expedición llegó al puente de mando. Al cruzar la puerta, la estancia creció hasta convertirse en una segunda bóveda. El grupo alzó la cabeza para comprender las dimensiones, pero la tímida iluminación era engañosa. Numerosos paneles de control arcaicos, algunos de ellos destrozados, adornaban un paisaje metálico lleno de cables, botones, ranuras y computadoras. Sin embargo, no fue aquello lo que llamó la atención del grupo.

El embajador llegó al centro de la estancia y observó detenidamente. En el suelo, una gran base circular de unos diez metros de diámetro despertaba cuestiones acerca de su naturaleza. Después de peinar todo el puente de mando, el grupo acabó reuniéndose a su alrededor.

—¿Alguno de ustedes sabe qué es esto?

Ninguno dijo nada hasta que el historiador propuso una teoría.

—Señor, sea lo que sea, me recuerda a un ídolo siendo adorado en un templo. Está ubicado en el centro de la estancia como si fuera necesario tenerlo a la vista en todo momento.

El ingeniero aprovechó para confirmar sus sospechas.

—La base tiene acceso directo a la fuente de energía. Es posible que podamos encenderlo.
—¿Qué hay de la energía? —preguntó el embajador.
—No he visto ninguna forma más de acceder a los datos de la nave. Los controles no están operativos, y aunque lo estuvieran, no tendría muy claro cómo extraer la información de ellos. Parece que esto, sea lo que sea, es la única pista de la información que contiene la nave y a mi parecer, se trata de un holograma de gran antigüedad.

«¿Qué demonios está buscando el imperio?», se preguntó el embajador en recuerdo del sello de su orden.

—De acuerdo, desactiven su visión nocturna y enciéndalo. Es hora de saber por qué estamos aquí.

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Publicado por Aitor Morgado

Autor de «Escudo de Tinta» y «Buscando a Atlas». Soy escritor desde hace muchos años y me apasionan las letras. También soy Técnico Superior en Comercio Internacional, Técnico Superior en Administración y Finanzas, traductor y especialista en SEO. Me interesan la literatura, la historia, la filosofía, la mitología, los idiomas, la economía digital, las finanzas, el fitness y el heavy metal.

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