Los tres militares, cada uno de ellos especializados en su propio campo, trabajaron juntos para encontrar el «botón de encendido» de aquella misteriosa plataforma. El proceso formativo de la academia militar exigía unos mínimos en conocimientos técnicos, aunque el ingeniero les llevaba años de ventaja.
El embajador podía tomarse la libertad de contemplar el trabajo de sus tres subordinados en calidad de representante imperial, lo cual le otorgaba una variedad de poderes y privilegios que todos daban por sentado. Sin embargo, él entendía que en la mayoría de las ocasiones era un peón más, como otro cualquiera entre las filas del imperio. Eso sí, con dos ceros extra en el importe de su nómina cada mes.
Mientras la expedición montaba una pequeña base de operaciones con la misión de desentrañar la razón de ser del pedestal, el embajador repasó una vez más la base de datos en aras de encontrar algo que se pareciera remotamente. Nada.
—¿Alguna novedad con su IA? —le preguntó al historiador.
—Ninguna, señor. No hay relación con la escritura, estructura o tecnología de la nave. Mi IA sigue buscando, pero dudo mucho que encuentre nada. Seguirá en bucle hasta que la detenga.
—Déjela activada. Ingeniero, ¿cómo va el encendido?
—Estamos intentando acoplar la toma de entrada de energía a una de nuestras células. Lo tendremos en breve —respondió este.
Zack se encargaba de la parte más mecánica de la operación. El embajador suponía que un experto en demoliciones debía tener un amplio conocimiento en ingeniería y mecánica, y no solo estar capacitado para reventarlo todo. En aquellos momentos es cuando comprendía lo inútil que resultaba ser un burócrata del gobierno en un trabajo de campo y lo ignorante que se sentía cuando no consultaba la base de datos.
—Está listo —dijo Zack.
Una extraña sensación recorrió el cuerpo del embajador justo en ese momento. No recordaba haberle oído hablar desde que salieron de la nave de transporte. Su voz era grave y parecía estar carcomida por años de tabaco u otras sustancias. Decidió no preguntar; su ficha le capacitaba más que de sobra, al igual que al resto.
—Bien, aléjense de la plataforma y no se acerquen bajo ninguna circunstancia. Ingeniero, ¿puede encenderlo a distancia?
—Sí, solo tengo que dar la orden para ello.
El grupo se distanció de la estructura y la encararon en fila.
—Hágalo.
Sin mediar palabra, el ingeniero activó la célula de energía dando la orden desde su mismo traje. Las imágenes del proceso aparecían en el interior de los cascos de todos ellos.
—10 %… 20 %…
—Con cuidado, no queremos sobrecargarlo. No sabemos cómo reaccionará.
—Sí, señor. No detecto radiación de ningún tipo y todo parece normal.
—Continúe.
«40 %… 60 %…»
Cuando la barra de progreso llegó al 75 %, algo ocurrió en el puente de mando. El embajador se tornó y giró la cabeza en repetidas ocasiones para hallar la fuente del cambio. Parecía haber más luz. Al final, pudo observar que la iluminación provenía de la parte superior de la plataforma y alcanzaba casi el techo, pero se apagaba y encendía intermitentemente.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—No lo sé, señor. ¿Un holograma?
—Siga.
Conforme el pedestal recibió más energía, el holograma comenzó a estabilizarse. Era inmenso y las formas aleatorias e inconexas se juntaron para definirse con detalle en una gran esfera. El color azul de algunos segmentos pasó a verde, naranja, blanco y otros colores.
—Historiador, ¿le dice algo su IA?
—Nada, señor. Sigue en blanco.
—Ingeniero, complete el proceso —le dijo el embajador imaginando el resultado.
«100 %».
El holograma esférico alcanzaba los cinco metros de diámetro. La expedición permaneció impasible, mientras la luz se reflejaba en todos los rincones del gran puente de mando, a la vista de cualquier persona que se encontrase en él. Era la imagen de un gran planeta, lleno de agua, con enormes continentes separados por un gran mar.
—Tenía usted razón —le dijo el embajador al historiador mientras caminaba alrededor del planeta—, es como si fuera un ídolo dentro de un templo.
—¿Es lo que creo que es? —dijo el ingeniero.
—No puede ser —respondió el historiador.
Zack caminó por el lado opuesto del holograma mientras observaba aquel mundo con detenimiento y dijo:
—¿Qué ocurre?
El embajador comenzó a hablar sin bajar la vista del enorme holograma.
—Es una representación de una leyenda, una historia perdida de la que solo quedan fragmentos. Según los escritos, se trataría de nuestro mundo de origen. Nuestro planeta natal.
—¿Nuestro mundo de origen? —preguntó Zack.
Aunque extrañado por su repentina curiosidad, el embajador siguió hablando y le respondió, esta vez mirándole a través del holograma.
—En efecto. Se trataría de Génesis, o como algunos lo llaman en las historias: Tierra. Contradice la explicación oficial del origen de nuestra sociedad, y por eso fue calificado como fantasía.
El historiador se acercó un poco más al holograma.
—La IA confirma que se trataría de Génesis, señor. Es un 93,74 % idéntica a los fragmentos que se conservan en las historias, pero este nivel de detalle no se conserva en ningún archivo. Estoy seguro de que el holograma contiene información que podría enseñarnos más, sería sin duda algo que…
No tuvo tiempo de acabar la frase, ya que Zack había levantado su arma y le había disparado en la cabeza mientras hablaba. Su cuerpo cayó desplomado. El arma apuntó entonces al historiador, quien intentó apartarse sin éxito ya que recibió su otra descarga mortal. El embajador, confuso, reaccionó con rapidez, levantó su arma y descargó una lluvia de disparos sobre Zack, quien corrió a resguardarse detrás de una consola.
Fue incapaz de explicar nada de lo que estaba sucediendo y después de que la adrenalina corriera por su torrente sanguíneo, no era lo más apremiante. Sin embargo, algo se le pasó por la mente: el holograma, Génesis, el sello imperial de su orden, Zack. Todo estaba conectado y había sido planeado desde un principio.