–Preso número 65. Entrando –se oyó por el pasillo.
–Entra el preso 65. Abra la puerta –le dijo el acompañante al guardia de la puerta.
El guardia apoyó un dedo en el sensor y la doble puerta se abrió hacia ambos lados imitando a un iris. Éste se apartó y la luz se introdujo dentro de la celda. El interior era lúgubre, a diferencia del resto de la estación que conservaba una apariencia impecable.
–Quieto –dijo el acompañante–. Separa las piernas y no te muevas.
Un sensor integrado en su mano hizo las funciones de detección de anomalías y equipamiento no autorizado.
–Todo correcto. ¡Entra!
El prisionero entró con timidez al habitáculo. De repente, cayó al suelo con un golpe en la pierna.
–¡Vamos! ¡No tengo todo el día!
Finalmente, entró en la celda. Una celda totalmente metálica con forma circular y techo muy alto, expresamente reservada para los prisioneros de mayor importancia. A su derecha, un hombre sin camiseta, con cicatrices y el pelo largo y andrajoso, únicamente vestido con unos pantalones que en su día fueron de uniforme, se encontraba atado con unas fuertes cadenas a sus antebrazos. Su único asiento era un pequeño trozo de metal que sobresalía del suelo. Apenas pudo mirar a su nuevo compañero cuando lo encadenaron frente a frente con él. Una vez el acompañante y el guardia los dejaron prácticamente en la oscuridad, el prisionero más antiguo comenzó a toser violentamente y dijo al recién llegado:
–¿Quién eres tú?
–Soy… Señor, soy… El capitán de… –titubeó el preso número 65.
–¿Señor? –rió exageradamente–. ¡Uh, qué bien! El primer compañero de celda que tengo y tiene que ser uno de mis súbditos. Y encima militar, si no me equivoco.
–Sí, yo… Era uno de los capitanes de la defensa orbital de la capital. Me llamo Raegus…
–Sí, sí, me da igual lo que seas y quién seas, chico. Es de esperar que los imperiales hayan borrado casi todo vestigio de nuestra nación por ineptos como tú, los que no supieron mantener su posición cuando nos dieron por todas partes.
–Señor, la capital resistió todo lo que pudimos cuando… –intentó decir Raegus.
–¡Deja de llamarme señor, gusano! Ahí fuera puede que fuese tu emperador, pero aquí solo soy emperador de esta bonita celda. Ni siquiera respetan mi rango metiendo en la misma celda a un enclenque como tú. Déjame en paz.
Los siguientes días de Raegus, el prisionero número 65, no fueron agradables. Las cadenas le apretaban los brazos con un dolor agudo. Apenas podía sacarle una conversación al emperador que no durase más de dos minutos, pero con el paso del tiempo fue la única opción de éste para desahogarse.
–Tú, Raegus, o como te llames… ¿Sabes dónde estamos?
–En órbita fuera del planeta y justo encima de la capital, si no me equivoco.
–Esos ventanales minúsculos que puedes ver ahí arriba del todo. ¿Los ves?
–Sí.
–Si te fijas, de vez en cuando se puede ver una pequeña luz. Agua, tierra y nubes.
–Nuestra capital.
–Muy listo. Estamos en una mierda de estación espacial que no se puede ni mantener por sí misma. Anteriormente esto era un satélite de comunicación muy antiguo. No sé a cuántos de los nuestros estarán masacrando esos cabrones allí abajo pero si tienen que encerrar al emperador en una carraca como está, no es buena señal. Mucho aparatito y tecnología en sus soldados de juguete, pero estas instalaciones parecen sacadas del siglo XXI.
–¿Es posible que puedan oírnos?
–¿Oírnos? ¡Ja! Cuando me metieron en este agujero ni siquiera habían reconvertido las instalaciones, aprovecharon el satélite tal y como estaba. De hecho, me obligaron a entrar el primero por si alguno de los nuestros hubiese colocado una trampa. ¿Sabes lo que fue esta celda en su día?
Raegus negó.
–Lanzamiento de cápsulas salvavidas al espacio exterior. –Raegus palideció–. En efecto, mi buen amigo, como les toquemos mucho las narices nos enviarán a casa… Literalmente.
–Pero… Señor, ¿cómo fue capturado usted tan rápidamente?
Las cadenas del emperador se agitaron con furia cuando éste las sacudió bruscamente.
–¿Y me lo preguntas tú, gusano? ¡Si tu basura de flota hubiese resistido la primera oleada contra el Imperio como debería haber ocurrido, no estaría ahora en esta situación! Hubiese dado cien de mis naves por haberme escapado a Hegalia como estaba previsto!
–¿Iba a escaparse a Hegalia sin ni siquiera dar un comunicado? ¿Dejando la capital a merced del Imperio?
–¡Hubiese dado tu cabeza y la de todos los malditos capitanes de la flota por haberme escapado de este condenado mundo! ¡Un sacrificio aceptable!
El semblante de Raegus cambió por completo. Sus extremidades se enderezaron, sus ojos penetraron la mirada del emperador, su espalda se irguió y su voz se tornó más grave y decidida.
–Ya es suficiente.
Con un pequeño grito, se liberó de las cadenas casi sin esfuerzo y se levantó lentamente. Crujió su cuello y retorció sus dedos con una sonrisa macabra. El aún preso emperador lo miraba con una mezcla de estupefacción e ira.
–¿Qué…? ¿Cómo te has liberado…? Pero… –dijo el prisionero.
–Me presento. Emperador Marko Zais Raegus, séptimo emperador del Imperio, hijo del difunto Markus VI.
–¿Qué? ¿Estás fuera de tus cabales, chaval?
–¡Operación completada! –gritó Raegus–. ¡Abran la puerta!
La puerta de la celda se abrió cegando a ambos presos con luz artificial y varios guardias hicieron una pequeña reverencia. Raegus dio la orden.
–Aquí hemos terminado. Ya sabemos la localización de los últimos rezagados que huyeron de la capital. Busquen puestos de avanzada en Hegalia y aplasten a los supervivientes. Que no quede nadie con vida.
–¡Maldita alimaña con patas! ¡Me has engañado! ¡Todo esto era un montaje! ¡Voy a arrancarte la cabeza!
Raegus se dispuso a salir de la celda y se dio la vuelta.
–Raegus es mi tercer nombre. Es increíble que ni siquiera haya tenido en cuenta que es parte del nombre del enemigo que ha invadido su hogar. Eso me da más motivos para borrarlo de la faz de la tierra. Lo siento, pero sus servicios ya no son necesarios. Le doy un consejo de emperador a emperador: la próxima vez, preocúpese de conocer a su enemigo. Ah, disculpe, no habrá una próxima vez. ¡Activen el lanzamiento!
El emperador salió de la celda acompañado de los gritos de maldición del prisionero mientras las puertas se cerraban lentamente.
–Lanzamiento orbital en 5… 4… 3… –resonó una voz femenina automatizada por todo el satélite.
Y así fue cómo el emperador volvió al lugar que le correspondía.
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