Sigue hablando. Lleva hablándome alrededor de una hora. ¿Acaso no es capaz de leer mi lenguaje corporal, o simplemente lo está ignorando? Creo que cualquiera que pase al lado de esta mesa del bar se ha dado cuenta de que no quiero seguir con esta conversación. Hago todo lo posible porque observe mi mirada apartándose de él, atento a cualquier nimio detalle en el que pueda posar mi atención.
–Como te iba contando… Creo que ella no es la apropiada, no sé…
Ahora está hablando de sus amoríos. Yo creía que estábamos hablando de su vida familiar hacía apenas cinco minutos pero tiene una extraordinaria habilidad para cambiar de tema y abarcar todo lo posible.
Intento darle mi consejo y punto de vista personal pero me corta a mitad de frase y no me deja acabar.
–Ya, ya, si yo también lo había pensado, yo lo que creo es que…
Sigue hablando. Pero vuelve a cambiar de tema y esta vez está hablando de su trabajo. ¿Qué es lo que está intentando hacer? ¿Acaso esto es un monólogo? Acabo de intentar darle un consejo pero me ha cortado a mitad de frase y no es la primera vez que lo hace.
–Bueno, en cuanto al trabajo también estoy muy mal, la verdad es que debería hacer algo diferente, no sé…
Esta vez intento darle otro consejo. Me deja acabar la frase pero su mirada queda perdida en sus propios pensamientos. Dudo mucho que haya escuchado nada de lo que le he dicho.
–Sí, creo que debería…
Harto de esta conversación, me levanto de la silla y antes de que pueda irme, me dice:
–¿Te vas ya?
–No me necesitas. La silla me sustituirá a partir de ahora.
Dejo un billete en la mesa y salgo del bar.