Socializar

Anduve por las calles de la ciudad hasta que entré en uno de mis bares preferidos. Era sábado por la noche y estaba a rebosar: grupos de amigos hablando a gritos, familias riendo y enamorados besándose. Pedí tequila para beber y desconectar un poco de la rutina.

Dos antiguos compañeros del instituto me vieron en la barra y me pidieron con alegría desmesurada e interés falso y exagerado que me uniese a un grupo de desconocidos, supongo que para que la ebriedad no se extinguiera demasiado pronto. Rechacé la oferta amablemente y ambos sujetos transformaron su rostro instantáneamente, profiriendo todo tipo de insultos y vejaciones de las que pasé olímpicamente, y con medalla de oro.

Un poco más tarde, se me acercó una mujer hablando de una manera forzada e inmadura para intentar algo conmigo. No sabía qué era, pero difícilmente erraría en la respuesta. Rechacé amablemente su oferta y le pedí que dejase de hablarme de manera tan infantil, que yo prefería una conversación como los adultos que éramos, no este carnaval de máscaras. La mujer me puso un mote despectivo, me insultó y acabó hablando como la adulta que era justo antes de irse de la barra. Lástima que no lo hiciera desde el principio.

Acabé mi cuarta copa de tequila y el camarero me dio las gracias con una sonrisa artificial y fabricada. Le respondí que no hacía falta que me las diese, dado que hacía cinco minutos le había escuchado recitar una sarta de creativos insultos a todos y cada uno de sus clientes. Después de eso, me gané el tercer mote de la noche.

Aún era pronto cuando salí del bar, pero estaba completamente borracho y no quería seguir bebiendo ni mantener conversaciones superfluas, las cuales dudosamente llevarían a alguna parte. Cuando crucé la calle, una madre le dijo a su hijo que me mirara, que se fijase bien en mí para no acabar como yo, un borracho más sin educación ni sentido cívico. También le dijo que seguro que robaba a la gente y que era peligroso.

Cambié bruscamente de opinión y volví a entrar en el bar. Así que hice lo que la sociedad quería que hiciese en ese momento. Me reuní con mis antiguos compañeros para aquella competición de a ver quién decía la tontería más grande y creer que conocía a gente nueva. Me llevé a la cama a aquella mujer interesada por mí simulando ser quien no soy en verdad y le di la mano al camarero antes de irme diciendo que me encantaba su bar. Hice amigos, ligué, socialicé y me sentí parte de algo.

Qué mentira.

Publicado por Aitor Morgado

Autor de «Escudo de Tinta» y «Buscando a Atlas». Soy escritor desde hace muchos años y me apasionan las letras. También soy Técnico Superior en Comercio Internacional, Técnico Superior en Administración y Finanzas, traductor y especialista en SEO. Me interesan la literatura, la historia, la filosofía, la mitología, los idiomas, la economía digital, las finanzas, el fitness y el heavy metal.

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